domingo, 25 de enero de 2009

45 millones de la Lotería

-Hola Ma, ¿cómo estás?-
-Bien flaquito, ¿y tú?
-Bien también gracias, oye ¿dónde compras boletos para la lotería nacional?
-En muchas tienditas o tiendas los venden, ¿por?.-

Y es que antier escuché en la radio un anuncio que decía el premio eran cuarenta y cinco millones de pesos. Por mi mente empezaron planes y más planes con ésos cuarenta y cinco millones.

Dice mi mamá: "el sueño de todo mexicano hijo, pero pues, alguien tiene que salir ganador. Además, soñar no cuesta nada".

Si mami, soñar no cuesta nada. En la noche ya en la cama por dormir seguía pensando en ésos cuarenta y cinco millones. Pensando en qué los invertiría y cómo los manejaría. Pensé, que sería mejor invertirlos y seguir trabajando y viviendo con mi dinero como si nunca hubiera ganado ésos cuarenta y cinco millones de pesos. Ya que las inversiones rindieran frutos me imaginé hacieno viajes con toda la familia, buenas fiestas, donaciones a organizaciones caritativas. Toda clase de opciones para ése dinero.

Aún no compro el boleto, tal vez vaya un poco más al rato sin embargo por la mañana empecé a pensar algo: si realmente me dieran ésa cantidad de dinero, probablemente ya no tuviera la necesidad ni si quiera de trabajar en ésta vida (cosa que por supuesto no quisiera dejar de hacer, trabajar). Y me imaginé a los treinta años con millones y millones de pesos a mi disposición, y probablemente la única finalidad o única meta sería hacer aún más dinero con ése dinero. No sonó agradable. ¿Cuál sería la intención de mi vida con todo ése dinero? ¿Realmente me haría feliz? ¿Seguiría siendo el mismo o éso si pudiera hacerme perder completamente el piso?

No lo sé. Me dejó pensando todavía más ésa reflexión que lo que haría con ésos millones de millones de pesos. Compraré el boleto, si. Y si gano, espero no gane al final de cuentas infelicidad para el resto de mi existencia. Tal vez mejor así, trabajando y luchando para lograr meta tras meta.

sábado, 24 de enero de 2009

El descanso en Tulum


Había estado en una gira de cinco días de trabajo. Un vuelo nocturno en ésa gira y que el mal tiempo, las demoras, algo incómodo más de algún vuelo. Y no por ser pretexto mas teniendo dos días libres después de ésos días de trabajo opté por visitar Tulum.

La idea era despegarse de las costumbres diarias, irse a lo austero, alejarse de la monotonía de la realidad. De niño hábía ido a Tulum con la familia. A las casi seis de la tarde estaba yo arrivando en un camión urbano a Tulum.

Llego a las cabañas. Papaya Playa, es el nombre. Rento una cabaña y la advertencia: "la luz se va a las diez de la noche. Su cabaña no tiene baño." Estupendo.

Me quité eñ uniforme que aún traía y cambié de ropa. Ya era de noche, a las seis de la tarde que había arrivado a las cabañas la noche había caído ya. Entonces caminé por la playa y cuando menos pensé estaba tumbado en la arena viendo uno de los cielos más claros que hasta ahora puedo recordar. Podía contar miles de estrellas y la luna era lo que dejaba iluminar la playa. A lo lejos las luces de Paya del Carmen y Cozumel, allá lejos, y más lejos se podía apreciar Cancún. Ése mismo momento hizo magia por varios días, fue una paz que ya hacía falta. Una pausa que de pronto hay que hacer.

Fui por unas cervezas al pequeño bar del lugar y no sé a que hora solo sé que debió haber sido temprano estaba en la cama sientiendo el sueño llegar. La cabaña era de lo más rústica. Las paredes de palos y el techo de hojas de palma. La cama resguardada por un mosquitero blanco para evitar moscos y algunos animales que suelen llegar mencionaron tarántulas y lagartijas. Todo el tiempo escuchabas las olas del mar y la fuerza del viento chocar con las paredes de palo y el techo de palma. Fue genial. El sueño me visitó más rápido que lo que hubiera tardado en contar hasta cien.

Me despierta el sonido del mar y una llovizna que estaba cayendo por la mañana. Salgo y ni una sola alma en la playa. Ningún movimiento. Salgo a caminar un poco y solo un hombre en la playa barriendo las hojas o algas que rodeaban las pequeñas palapas. No quería. Pero encendí mi celular para ver el reloj: seis de la mañana.

El día siguió. El sol se mostró. Desyuné en el restaurante del lugar unos huevos con frijoles y un jugo de naranja y pasé horas y horas haciendo lo mismo: tomando el sol, leyendo, nadando, tomando el sol, leyendo, nadando. Tomando agua y más de alguna limonada entre sucesos.

Después de comer cambié de lugar de estancia y me dirigí a un hostal que ya había consultado por internet. El lugar bien, los dueños amables. Prestaban bicicletas al ser huésped así que no tardé en tomar una e ir a las ruinas y después a la playa principal. La playa muy bonita también, llena de gente, lanchas, algunos restaurantes. Ahí comí un pescado muy bueno. La bicileta la había dejado amarrada a una palma con una cadena y su candado. Al regresar por la bicileta para irme de regreso al hostal busco la llave del candado y no la encuentro. Regreso a pie al hostal y me dan el que se supone es el repuesto y una enorme sierra para romper la cadena en caso no funcione ésa llave. El costo: cincuenta pesos. Regreso caminando al lugar donde está la bicileta (una caminata de veinte minutos más o menos) y la llavé funcionó. Regreso al hostal y a palticar con otros huéspedes. Había de todo. La conversación más agradable fue con una joven inglesa. Era bonita, agradable y con buen tema de conversación. Era de Brighton, y como me gustó la forma como mencionó ése "Brighton" con el peculiar tono británico. Al día siguiente desayuné en el hostal (incluía desayuno), después fui otro rato a la playa y después regresé para bañarme y cambiarme.

Después de comer partí. Tomé un colectivo a Playa del Carmen, ahí comí algo más en un McDonald's mientras esperaba mi autobús al aeropuerto de Cancún. Decidí volver a Tulum tan pronto como fuera posible.